viernes, 13 de agosto de 2010

El tio Rafa

Anoche murió el abuelo, por eso estoy triste, pero estoy más triste aun porque me enteré que la abuela y el tío Rafa se irán de Caracas a vivir con los tíos a un pueblo de Los Andes, muy lejos de aquí.
Dicen mis papás y los tíos que la abuelita y el tío Rafa no pueden quedarse solos en Caracas, y allá en el pueblo estarán más tranquilos.
Lástima. Aunque quiero mucho a mi abuelita y extrañaré sus torrejas llenas de azúcar, eso no me importa tanto como saber que el tío Rafa no estará todos los días conmigo.
El siempre es muy divertido y juguetón; aunque hoy aquí, en el funeral del abuelito, está muy serio y distante. Al verme me apretó muy fuerte, tanto, que yo grité y tuvo que venir la tía Judith para que me soltara. Yo no sentí miedo de ese gran apretón, pero sí sentí que me faltaba el aire, porque el tío Rafa es muy grande y corpulento, y abraza como si fuera ese gran oso que cuenta mi madrina Nieves que vive en Canadá.
Luego de ese apretón de oso el tío Rafa me pidió que me sentara a su lado, me tomó la mano, y emitió ese sonido que él hace cuando quiere que estemos juntos pero sin hablar, es un sonido que le sale como desde su barriga y me infunde mucho respeto. Por eso me quedé ahí sentada, acompañándolo en su silencio y en sus recuerdos.
El tío Rafa es el único adulto de la familia que juega y conversa conmigo por largo, largo, rato; él siempre tiene tiempo para escucharme, y además, me defiende cuando la gente grande de la casa me regaña por cosas que yo creo que están bien hechas, pero que ellos piensan que están mal hechas. Juntos hemos hecho muchas travesuras.
Recuerdo cuando yo tenía como cuatro años que el tío Rafa y yo hicimos en la sala de la casa de la abuela una montaña escaladora que llegaba hasta el techo.
El abuelo abrió la puerta justo en el momento en que el tío me ayudaba a treparme a la segunda mesa, y nos pegó un grito tan fuerte que el tío Rafa se fue corriendo a su cuarto y se encerró. Entonces el abuelo me bajó de la mesa y comenzó a rogarle al tío que abriera la puerta, luego comenzó a buscar las llaves y finalmente buscó un martillo y rompió la cerradura.
Entonces vi al tío Rafa acurrucado en el piso tapándose la cabeza con sus dos manos y llorando; en eso llegó la abuela y se puso muy brava con el abuelo, y le dijo que así no se le debía hablar al tío. En aquel momento yo no entendí mucho el asunto, lo cierto que ese día el tío Rafa y yo nos salvamos de un buen castigo.
Pero lo que quiso decir la abuela lo entendí ya cuando tenía más edad, estaba en tercer grado, y ya no vivía con los abuelos y el tío Rafa, sino en un apartamento aparte con mi papá y mi mamá.
Por ese tiempo ya había aprendido que mis amigas sólo eran aquellas niñas que no se burlaban del tío Rafa y no le tenían miedo. Por eso me hice amiga de Angela, Diana y Rocío; con ellas comparto la merienda, vamos al parque o al teatro con nuestros padres, hacemos las tareas y jugamos con el tío Rafa.
Un día mis tres amigas y yo nos fuimos a casa de la abuela que nos había hecho torrejas con mucha azúcar. Después de terminar las tareas comenzamos a jugar a las escondidas, al fantasma, a mímicas y a las cosquillas en la enorme sala de la casa de los abuelos. El tío Rafa, sentado en el sofá, nos veía con sus ojitos bizcos; su inmensa boca que parece “mascar” todo el tiempo hacía mucho ruido y lanzaba ese sonido que parece salirle desde la barriga, mientras reía y celebraba con nosotras aplaudiendo con sus grandes manos.
Entonces Angela, al ver al tío tan feliz, nos propuso meterlo en nuestro juego de las cosquillas, y empezamos las cuatro al mismo tiempo a hacerle cosquillas por todo su cuerpo…El tío se tiró al piso y reía y reía, y hacia cada vez con más fuerza ese sonido que le sale desde la barriga. El sonido empezó a hacerse cada vez más extraño, y el tío pareció enloquecer. Se acurrucó como yo lo había visto la vez que el abuelo nos gritó. El tío entonces se puso las manos en su cabeza, y empezó a emitir sonidos cada vez más y más fuertes.
Angela, Diana, Rocio y yo nos apartamos asustadas. Enseguida aparecieron el abuelo y la abuela, levantaron del piso al tío, lo acostaron en el sofá; el abuelo le dio un jarabe y el tío fue dejando de hacer los sonidos fuertes, y se quitó lentamente las manos de su cabeza. Cerró sus ojos y se quedó quietecito.
Mis amigas y yo les pedimos perdón a los abuelos, juramos que no le queríamos hacer daño al tío, que sólo queríamos jugar con él. Entonces, fue cuando ellos nos contaron que el tío no era una persona grande igual a los demás, que él había nacido con un problema en su cabeza que no le permitía pensar como pensábamos todos los demás y además su cerebro se ponía muy eléctrico cuando se asustaba o se alegraba mucho.
- Por lo demás Rafael Antonio es una persona como todos nosotros.- nos dijo la abuela
Al siguiente día volví con mis tres amigas a casa de la abuela y luego de hacer las tareas y comer torrejas con mucha azúcar, jugamos con el tío Rafa pero con juegos tranquilos, como nos habían pedido los abuelos. Ese día él nos escribió con una letra muy grande que se parecía a la que teníamos nosotras en primer grado: “Gracias por ser mis amigas”. La abuela y el abuelo cuando vieron el cartel escrito por el tío Rafa se alegraron mucho, pues él no había querido escribir más desde que dejó la Escuela de Oficios cuando tenia veinte años.
Ya estamos en sexto grado y desde entonces Angela, Diana, Rocio y yo seguimos jugando y conversando con el tio Rafa… El es nuestro mejor amigo.
El salón de la funeraria se ha ido llenando de muchas personas. Ya se ha hecho de noche. El tío Rafa se ha quedado dormido y todavía me tiene la mano agarrada muy fuerte. Saco mi pañuelo, le seco unas lágrimas y la baba que le chorrea desde su boca grande. Esto le sucede siempre que se queda profundamente dormido. Me acurruco en su pecho fuerte y yo también cierro los ojos. Ya está decidido, le voy a pedir a mamá que el tío Rafa se quede a vivir con nosotros para siempre.

Miriam Castillo P.
09/11/09

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