jueves, 28 de mayo de 2015

TE LO JURO POR MI MADRE

"Entonces ya lo sabes,  no necesito que “me jures por tu madre”, sólo te pido que seas impecable con tu lenguaje y cumplas tus promesas".


Tuve la fortuna de criarme en una familia de seis hermanos, rodeados de una madre de padres españoles y por tanto bastante estricta y refranera; un padre mestizo -negro-indio- amoroso, firme y exigente, y casi una docena de tíos -entre paternos y maternos-  a cual escoger uno más distinto que otro.
Este panorama familiar da indicios de las razones que me llevaron a estudiar Psicología, y específicamente Psicología Social, considerada  el puente entre la Psicología Humana y la Sociología.
En aquella edad temprana de mis siete años aún no era muy transparente para mí cómo el lenguaje, y con ello los actos, delataban y "desnudaban" a esos seres maravillosos y cuasi-perfectos que me rodeaban;   lo cierto que cuando lo que  decía algún miembro de ese mundo familiar no cuadraba con la verdad -que para mí sencillamente era la verdad real y acontecida- se disparaba una vocecita en mi cabeza que susurraba "¿Por qué será que no te creo?".
Si se trataba de un hermano el asunto se resolvía muy fácil pues le aplicaba la prueba del "!júramelo!", y si el asunto en juego era muy grave, solía agregarle aquello de "...pero júramelo por tu mamá", vigilando que el interpelado no hiciera la seña secreta de protegerse contra el falso juramento. Pero la confrontación se complicaba cuando lo "inverosímil" era planteado por una figura de autoridad -léase papá, mamá o tío-. Ahí ni remotamente se me ocurría pedir fe de juramento,  en parte porque yo pensaba que los adultos no mentian, y en parte porque hacerlo me exponía a un injusto castigo. Quizás alguna vez sin embargo me "envalentoné" y le exigí al "adulto mentiroso" que me jurara sobre la verdad de lo que estaba diciendo, pero su respuesta no podía ser más delatora: "Se lo estoy diciendo yo y punto", lo cual lejos de aquietar mi duda y confusión me sumergía en una profunda sensación de agresión, engaño y desconfianza.
Tal vez por esto  desde entonces  desarrollé una fascinación por el análisis de los discursos sociales buscando junturas, precisiones, fisuras o vetas entre lo dicho y lo acontecido. Sin duda, adentrarme en el mundo de la Ontología del Lenguaje y sus postulados ha significado para mí el mar de la dicha al reconocer que mi intuición de siete años tenía un trasfondo de búsqueda de veracidad, fundamentación y validez, sin importar la fuente,  pues como pude verificar cuando mi desarrollo moral me permitió tener “ideas propias”, los adultos también mienten.
La Ontología del Lenguaje,  entre otras ideas importantes, nos dice que los seres humanos nos construimos en y a través del lenguaje, además nos dice que las palabras son “actos” y por tanto tienen consecuencias. Es decir, en pocas palabras, debemos ser impecables con el lenguaje porque el lenguaje nos delata y es la base de nuestra credibilidad.
Ahora que ya no tengo siete años, sino unos cuantos más, no les pido a las personas que “me juren por su madre”, prefiero analizar la impecabilidad de su discurso indagando si sus afirmaciones son verdaderas, sus juicios fundamentados y sus declaraciones válidas. Y como si esto fuera poco, le hago seguimiento al cumplimiento de sus promesas.
 

Entonces ya lo sabes,  no necesito que “me jures por tu madre”, sólo te pido que seas impecable con tu lenguaje y cumplas tus promesas. 














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