Muchas cosas pudiera hablar de ese ancestral acto humano, con el cual se han llenado paginas y paginas de libros, se han representado las más variadas obras de teatro, se han escrito un sinfín de canciones y se han rodado todo tipo de películas; eso sin descontar los artículos de prensa que llenan las paginas amarillas de todos los países del mundo, desarrollados y “sub-desarrollados”, reseñando infinidad de crímenes pasionales.
Sobre este tema, además, han escrito sociólogos y psicólogos, buscando dar explicación a ese acto que parece resumir la complejidad humana, complejidad que tan acertadamente nos las describe Edgar Morin en su tratado de la condición humana: “Lo humano de la humanidad”.
Pero no es mi pretensión meterme por los vericuetos que llevan a un ser humano a dejar a otro con el que se suponía existía una conexión afectiva, y mucho menos profundizar en el caos de reacciones que suscita en “quien es dejado”.
Por esa vieja costumbre que tenemos los humanos de “etiquetar” vivencias y pretender que con ello todo está resuelto, muchos términos se han usado para “explicar” esto de “dejar y/o ser dejado”. Del lado de quien deja, suelen aparecer expresiones como “Me desilusioné”, “No me comprendiste lo suficiente”, “Me cansé”,”No estoy preparado”, “Me sentí presionado”, “No era lo que yo esperaba”, “Si no era ahora, iba a ser después”, “Te lo traté de decir de muchas maneras”, hasta la más básica e infantil, “Lo sexual no funciona entre nosotros”, escudándose en el pensamiento mágico propio de los niños/niñas inmaduros de que la relación afectiva es “70% sexo”, apegados al más machista tratado freudiano, ampliamente superado por sus sucesores como Jung, Lacan y Erickson, sin descontar la propia hija de Freud, Anna Freud, que pusieron en evidencia que el “sexo” no es un “alien” separado de nuestra psique, o ese “instinto que nos gobierna”, sino que es parte de una totalidad que se alimenta de nuestros pensamientos, emociones y acciones.
Del lado de quien es dejado, se trata del torbellino de intentar explicarse lo inexplicable, y caer en una especie de tierra movediza o pozo sin fondo, del cual si tiene suficiente coraje para enfrentar y asimilar la experiencia de transición o vacío saldrá convertido en una persona fortalecida en su autonomía, que es la base del crecimiento personal. Por eso se dice que desde el “ganar/perder”, quien deja tiene un seudo-premio, que es ganancia pírrica comparado con la experiencia bien asimilada de quien es dejado.
Más que profundizar en las supuestas causas de quien deja, o en el caos de reacciones de quien es dejado, quiero apuntar más bien hacia lo que considero el código de ética de este acto que califiqué como “un acto inhumano de los humanos”.
De manera simple, por código de ética me estoy refiriendo a los principios y valores humanos que rodean un acto; principios y valores que cobran sentido cuando se colocan en la perspectiva de la relación.
Es decir, si bien como ya dije en párrafos anteriores todo dejar tiene sus causas (al menos las argumentadas por quienes dejan), e implica por supuesto el caos de reacciones en quien es dejado, estas causas y estas reacciones deben verse bajo el tamiz del contexto de la relación.
Partiendo de una relación afectiva honesta y sincera, donde ambas partes decidieron en un momento de sus vidas conectar sus afectos y caminar juntos, considero que hasta cierto punto es ética la “ruptura” cuando en la relación las partes en igualdad de condiciones se han venido dando alertas de posibles desconexiones, y hasta se han ensayado de mutuo acuerdo posibles maneras de reinventar la relación; pero resultan éticamente desastrosos aquellos casos donde una de las partes es timada en su confianza y es tomada de sorpresa por una decisión unilateral e irrevocable de la otra parte. Y es éticamente desastroso por injusto, ventajista y cínico al no habérsele dado opciones a esa otra parte de reconsiderar la posibilidad de acoplar el paso para seguir transitando el camino de la relación. Cuando esto sucede, además del caos de reacciones asociadas a la ruptura, se agrega dudar de la integridad de la otra persona que hasta ese momento era nuestro compañero/a de viaje. En estos casos, al dolor emocional se añade el dolor moral.
Sin embargo, se trate de una “ruptura ética”, o “una ruptura éticamente desastrosa”, lo importante es que cada quien reconstruya las piezas desencajadas de su dignidad y autoestima. Esto vale tanto para quien “deja”, como para “quien es dejado”, pero lamentablemente quien deja siempre tendrá menos oportunidades de reconstruirse por cuanto en su apuro por desconectarse y zafarse de la experiencia evita toda responsabilidad de revisión existencial, y no será hasta un momento crucial de su vida, que pudiera ser incluso una experiencia de “ser dejado”, que tendrá la posibilidad de crecer como persona.
Miriam Castillo P.
18/12/2012
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