nos dice Paulo Freire
respecto al diálogo:
“…El diálogo implica la palabra, que es diálogo
mismo”.
Ella –la palabra- tiene dos dimensiones: acción y
reflexión.
El sacrificio de la acción lleva a la palabrería
El sacrificio de la reflexión lleva al activismo.
Decir la palabra verdadera es transformar el mundo.
Existir humanamente es “pronunciar” el mundo, es
transformarlo.
Si diciendo la palabra con que pronunciando al
mundo los hombres lo transforman, el diálogo se impone como el camino mediante
el cual los hombres ganan significación en cuanto tales.
El diálogo es exigencia
existencial. Y siendo el encuentro que solidariza la reflexión y la acción…no
puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni
convertirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por sus
permutantes.
Tampoco es discusión
guerrera, polémica, entre dos sujetos que no aspiran a comprometerse con la
pronunciación del mundo ni con la búsqueda de la verdad, sino que están interesados solamente
en la imposición de su verdad.
Dado que el diálogo es
el encuentro de los hombres que pronuncian el mundo, no puede existir una
pronunciación de unos a otros.
Es así como no hay diálogo:
Si no hay profundo amor al
mundo y a los hombres. No es posible la pronunciación del mundo, que es un acto
de creación y recreación, si no existe amor que lo infunda… el amor es un acto
de valentía, nunca de temor; el amor es compromiso con los hombres… Si no amo
al mundo, si no amo la vida, si no amo a los hombres, no me es posible el
diálogo. (no ha y diálogo)
Si no hay humildad. La
pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no
puede ser un acto arrogante… El diálogo, como encuentro de los hombres para la
tarea común de saber y actuar se rompe
si sus polos (o uno de ellos) pierde la humildad… La auto-suficiencia es incompatible
con el diálogo… Si alguien no es capaz de sentirse y saberse tan hombre como
los otros, significa que le falta mucho que caminar para llegar al encuentro
con ellos. En este lugar de encuentro no hay ignorantes absolutos ni sabios
absolutos: hay hombres que, en comunicación, buscan saber más. (no hay
diálogo).
Si no existe una intensa fe
en los hombres. Fe en su poder de
hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su vocación de ser más, que no es
privilegio de algunos elegidos, sino derecho de los hombres… La fe en los
hombres es un dado a priori del
diálogo… existe aun antes de que éste se instaure… no es una fe ingenua. El
hombre dialógico… Está convencido de que
este poder de hacer y transformar, si
bien negado en ciertas situaciones concretas, puede renacer. Puede
constituirse… Sin la fe en los hombres, el diálogo es una farsa, o en la mejor
de las hipótesis, se transforma en manipulación paternalista.
Al basarse en el amor, la humildad y la fe en los hombres, el diálogo se
transforma en una relación horizontal en que la confianza de un polo en el otro es una consecuencia obvia…
Si la fe en los hombres es un a priori del
diálogo, la confianza se instaura en él…
Si falta la confianza, significa que fallaron las condiciones discutidas
anteriormente. Un falso amor, una falsa humildad, una debilitada fe en los
hombres no puede generar confianza. La confianza implica el testimonio que un
sujeto da al otro, de sus intenciones reales y concretas… Decir una cosa y
hacer otra, no tomando la palabra en serio, no puede ser estímulo a la confianza.
(no hay diálogo)
Sin esperanza. La
esperanza está en la raíz de la inconclusión de los hombres, a partir de la
cual se mueven éstos en permanente búsqueda… en una comunión con los demás
hombres, por ellos mismos, inviable en la situación concreta de opresión.
Esperanza que no se manifiesta en el gesto pasivo de quien cruza los brazos y
espera. Me muevo en la esperanza en cuanto lucho con esperanza espero… si los
sujetos en diálogo nada esperan de su quehacer, ya no puede haber diálogo. (no hay diálogo)
Si no existe en sus sujetos un pensar verdadero. Pensar crítico que, no aceptando la dicotomía mundo-hombre,
reconoce entre ellos una inquebrantable solidaridad. Este es un pensar que
percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante devenir y no
como algo estático. Una tal forma de pensar no se dicotomiza a sí misma de la
acción y se empapa permanentemente de temporalidad, a cuyos riesgos no teme. Se
opone al pensar ingenuo que ve “el tiempo histórico como un peso, como una
estratificación de las adquisiciones y
experiencias del pasado” de lo que resulta que el presente debe ser algo
normalizado y bien adaptado… Solamente el diálogo, que implica el pensar
crítico, es capaz de generarlo. Sin él no hay comunicación y sin esta no hay
verdadera educación…”
Freire, Paulo. (1988) “Pedagogía del Oprimido”. Editorial Siglo
Veintiuno de España Editores. S.A 40ª Edición. Madrid. España.