HOY AMANECÍ CON NOSTALGIAS DE TORIPITO Y TORIPANCHO
De pequeños, allá en la casa de corredores y patio grande de la Parroquia San Juan, y luego, en la "quinta" con jardines y "platabandas" de El Cementerio, con mis hermanos Jesús y Guillermo solíamos pasar horas infinitas de juegos llenos de inventiva. Eran juegos plenos de las más dignas "performance" que incluían originales danzas y canciones todas absolutamente improvisadas en nuestra imaginación de 5, 6 y 7 años respectivamente.
Uno de esos juegos maravillosos era el de los Toripitos. Este juego consistía en danzar en círculo llevando el ritmo, con nuestras manos tocándose apenas las puntas de los dedos, mientras repetíamos la letra que fuimos inventando día a día. En aquel momento no lo sabía, pero hoy en día puedo decir que aquella danza de los tres "zagaletones", Jesús, Guillermo y Miriam, tenían cadencias ancestrales tomadas de ritmos gitanos que nos venían por parte de nuestra madre, María Luisa Perdigón, combinados de manera creativa con movimientos propios de las tribus africanas y de nuestras tribus más caribes, ritmos negros e indígenas que nos venían en los genes de nuestro padre Guillermo Castillo.
La letra de aquella danza no podía estar más plena de simple y hermosa ingenuidad.Y decía así:
"Este es baile del Toripito, para bailarlo bien suavecito. Este es el baile del Toripancho, para bailarlo compadre Pancho.
Toripí, toripito.
Toripí, toripancho.
Toripí, toripancha"
Toripito era mi hermano Jesús, el menor. Toripancho era Guillermo, y la Toripancha, por supuesto, era yo.
Este baile de Toripitos lo hacíamos generalmente para celebrar la llegada de un acontecimiento que nos alegraba mucho, como la proximidad de un viaje de vacaciones a Ocumare de la Costa, la proximidad de las fiestas decembrinas con la llegada de Niño Jesús, o simplemente cuando aburridos de otros juegos más "rudos" hacíamos una pausa de buenos y apacibles Toripitos.
Celebro hoy que la vida me dio la fortuna de compartir tantas y tantas horas de juego con mis dos hermanos varones. La fraternidad que se mete en el corazón se hace imborrable, pese al tiempo, pese a las inesperadas despedidas y pese a las distancias que con la edad y el tiempo nos autoimponemos.
Hoy amanecí recordando a mi Toripito y a mi Toripancho. Y con ellos celebro mi infancia
Miriam Castillo P.
28/08/13